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ISLANDIA: Reykjavik, casi me matas de todo menos de amor

Islandia: ¡casi me matas de todo menos de amor! La razón por la que compré un boleto de avión a Islandia en invierno fue sencilla: quería ver Auroras Boreales. La razón por la que logré convencer a mi amiga de que lo comprara conmigo fue igualmente sencilla: acababa de cortar con su novio. Así que tras una o dos cervezas (¿o eran whiskys?) hicimos la reservación del avión y del hostal y sin saber muy bien qué nos esperaba en este pedazo de tierra entre América y Europa brindamos por lo que parecía ser un viaje épico (spoiler alert: lo fue).

Ya en la cruda, la primera preocupación fue qué banco íbamos a robar para poder pagar el viajecito pero si prometíamos no beber como si no hubiera un mañana (o como la noche anterior) caminar y no tomar ningún taxi (de todas formas ni se necesita) y controlarnos con los recuerditos, podíamos hacerlo sin endeudarnos de por vida. Islandia tiene la fama de ser un destino caro pero también lo puedes disfrutar mochila style (sigan leyendo).

La segunda preocupación fue ¿cómo sobreviven dos mexicanas que nunca han visto la nieve en un país en donde estar a -15 C es perfectamente normal? Fueron horas de investigación pero el truco es: ¡vestirse por capas! Ropa térmica (busquen la más delgada que puedan) abajo de tu ropa “normal” suéteres delgados, chamarra (wind proof y water proof), guantes (nosotras no lo hicimos pero hay una guantes que te permiten poder usar tu celular sin necesidad de quitártelos, y si son como yo –foto por aquí, foto por allá– les recomiendo que no desechar la idea tan fácil como lo hice yo, sus dedos se los agradecerán), bufanda, gorrito, buff y orejeras (las orejeras son importantes, creanme). No puedo garantizar que no tendrán frío pero yo sobreviví con todos mis dedos. Eso sí, cuiden su guante derecho; por razones que no logro explicar se pierden muy seguido.

Maleta hecha y boleto en mano aterrizamos en Islandia con la única consigna de buscar Auroras.

A primera vista Reykjavik sorprende: es la capital más chiquita de Europa y tiene solo 120 mil habitantes pero al caminar por sus calles no puedes más que pensar: wow. Sí, así. La ciudad está llena de restaurantes, cafés y barecitos di-vi-nos y muy originales (gracias a que gran parte del año el plan “vamos a caminar al parque” es prácticamente imposible, los islandeses se esfuerzan para que todo negocio sea tan acogedor que quieras pasar todas las tardes invernales ahí). Es como si hubiera dos ciudades: la de afuera y la de adentro y las dos son hermosas. Una lavandería que también es cafetería y un salón de belleza que ofrece shots de vodka gratis (a cambio del corte, claro) son algunos de los locales que más llamaron nuestra atención (no, nos cortamos el cabello y sí, sí nos arrepentimos de no haberlo hecho).

Los primeros días en la ciudad estábamos tan asustadas por la posibilidad de gastarnos todo nuestro dinero (nuestro viaje fue de 10 días porque nadie puede asegurar con exactitud cuándo se verán las Auroras) así que nos hicimos clientes frecuentes de Bónus, un supermercado, y en donde comprábamos todas nuestras proviciones (ojo: si su plan es disfrutar con una copa de vino, no compren el vino, o ninguna clase de bebida alcohólica, en este tipo de tiendas porque oh sorpresa, no tiene alcohol, para conseguir una botella de vino, cervezas o el de su preferencia tienen que ir a las tiendas autorizadas en los horarios establecidos). Un buen plan es comprar la bebida de su preferencia y caminar por el malecón (póngala en un termo, no sean cínicos), el alcohol ayuda a combatir el frío y podrán caminar por más tiempo mientras disfrutan las vistas increíbles de la montaña Esja (con el paso del tiempo parece que cambia de colores, en el atardecer es rosa).

Después de caminar y ya con hambre, cocinábamos en el hostal (comíamos tarde para que valiera por dos), y de ahí subimos directamente al bar de Kex, nuestro hostal, que es uno de los mejores de la ciudad; siempre hay grupos tocando (sorprendentemente siempre nos tocaron buenos) y no está lleno de turistas sino de islandeses que van por una cerveza y a escuchar a los grupos (todos hablan inglés y son súper amables con los turistas que no hablan islandés, es decir, son amables con TODOS los turistas), los grupos terminan de tocar temprano así que nosotras nos ibamos después a Lebowski Bar en donde pagas por girar una rueda de la fortuna y ganar hasta 10 cervezas o hasta tu cuenta completa (si tienes suerte con la rueda, la noche te puede salir bastante barata).

Ojo: si piden o si les regalan Opal (a veces pasa), la bebida favorita de los islandeses, no se lo tomen de hidalgo cual tequila. De nada.

Después de las 2 am todo cierra. No intenten buscar “el after” no existe. Repito: no intenten buscarlo; sólo se congelarán. Mejor corran a su cama y prepárense para afrontar la cruda a -15 grados el día siguiente. Prueben curarla en Bæjarins Beztu Pylsur (traducción: los mejores hot dogs de la ciudad).

Reykjavik, como ya mencioné, es una ciudad chiquita así que si van a estar ahí más de tres días (sólo en las ciudad, no estoy contando los day trips increíbles a los alrededores como a la playa negra de Vik, a Blue Lagoon o a los géiseres) le da la sensación de conocerla como local: empiezas a reconocer las calles, tienes tu cafetería favorita a la que recurres varias veces al día y pasas tus días conociendo las cientos de galerías de arte que la ciudad ofrece como Kling & Bang, i8 Gallery y The Living Art Museum sólo por mencionar algunas. Si tienes suerte, te encuentras con la inauguración de una exposición hasta una copa o dos de vino de cortesía te toca (repito: el alcohol ayuda a combatir el frío por lo que esperen beber más de lo planeado en su viaje a Islandia).

Después de un par de noches la noticia llegó: había altas probabilidades de que las Auroras salieran a jugar por lo que el tour que contratamos (lo contratas directo en tu hotel u hostal y ellos pasan por ti ahí para llevarte a perseguirlas a las afueras de la ciudad, ya que tienes que estar alejado de las luces para poder tener mayor probabilidad de verlas) pasaría por nosotras esa noche. Nos pusimos nuestros mejores trapos (toda la ropa que pudimos), llenamos nuestros termos de café hirviendo (tener algo caliente en tus manos ayuda en la lucha con el frío) y nos pusimos en camino. Pasaron alrededor de 15 minutos antes de que la primera línea verde se dejara ver por la ventana. La camioneta paró y nos bajamos a la mitad de la nada (cuando digo nada es literal: no casas, no personas, no luces; sólo nosotros, la nieve y el cielo) nos quedamos en silencio viendo el baile de auroras más bonito de la historia (para nosotras, al menos). Estuvieron como 10 minutos y luego nos dirigimos a otro punto en la inmensidad de la nada para verlas mejor. En este segundo punto había un hoyo gigante causado por el choque de la placa tectónica europea contra la americana y en donde, porque Islandia, hay un puente que cruza de un extremo a otro: América, Europa, América, Europa.

–¿Y aquí tiembla?

–¡Claro!

(Y, entonces dejamos de correr de un lado a otro como niñas chiquitas, pero fue divertido mientras duró).

Las Auroras nos acompañaron como dos horas y las disfrutamos entre café, galletas y hoyos tectónicos. Al final de la noche no nos podíamos acordar por quién se supone que llorábamos antes de venir al viaje. ¡La noche más bonita de nuestras vidas! Eso sí, si la quieren recordar con una fotografía, procuren haber tomado un par de clases de foto porque es casi misión imposible lograr capturar su belleza).

Lo mejor que logré

Así, entre café, cervezas, música, arte, montañas de ensueño y auroras (la fórmula perfecta para curar cualquier corazón despechado), recorrimos una de las capitales más interesantes de Europa: casi morimos de frío, casi morimos en la cruda de Opal y casi morimos por perdernos en bosques congelados. Pero eso sí, de amor no morimos.

 

Cómo llegué

Volé por Interjet de la Ciudad de México al JFK de Nueva York (4 horas 30 minutos) y de ahí por Icelandair a Keflavik (6 horas), está más o menos a 48 km de Reykjavik y es muy fácil llegar al centro de la ciudad con el transporte del aeropuerto (¡te dejan en la puerta de tu hotel u hostal!).

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