Cuando alguien menciona Real de Catorce, el primer pensamiento que viene a la mente de la mayoría es ‘peyote’. Este pueblo en San Luis Potosí, es malamente catalogado como un ‘lugar de hippies que se drogan y experimentan en ceremonias locas’ y dejan de lado todo lo que tiene que ofrecer: cultura, paisajes que te roban el aliento, gastronomía y la otra cara del peyote, la espiritual.
La aventura empezó, cuando mis amigos preguntaron a dónde iríamos en Semana Santa. Para mí, la pregunta ya tenía respuesta: Real de Catorce. El reto sería planearlo con una semana de anticipación (dicen que los mejores viajes son así: espontáneos). Por las fechas sólo pudimos encontrar espacio en un pequeño hotel en Matehuala (a 30 minutos de Real de Catorce) así que este viaje sería al estilo road trip.
Real de Catorce, estamos listos.
Día 1
Salimos de la Ciudad de México a las 6:30 de la mañana y llegamos a Matehuala a las 11:30 de ese mismo día. La vía de acceso a Real de Catorce es por el Túnel Ogarra, que atraviesa la montaña y te deja en la puerta de este mágico lugar. El túnel es de un sólo carril, por lo que la fila de coches gigante esperando pasar, ya es parte del paisaje (y más en Semana Santa). Adentro, sólo caben 1, 500 autos (incluyendo los de los habitantes) por lo que si eres el coche 1, 501 o más (que también es común) tienen que pasar el túnel a pie, o aplicar la del pollero: una pequeña camioneta que cruza a varios viajeros perdidos y locales.
Una vez dentro, callejoneamos y descubrimos que aquí, la cajeta te la venden por litro, que la herbolaria supera a las aspirinas, que las gorditas de maíz azul son las mejores de todo el país y que, como buen pueblo, las micheladas están en cada esquina. Y como buenos citadinos a la mitad del desierto, fuimos por unas. El Mesón, es uno de los mejores restaurantes para comer; mezclan las tradicionales recetas de la región con recetas y secretos europeos. El resultado es delicioso, fresco y natural. Pidan el Asado de Boda (ex-qui-si-to).
El mejor plan para disfrutar de este pueblo antes minero y ahora fantasma, es caminar con calma, sentarse a tomar una cerveza y disfrutar, con calma, el paisaje semi desértico que este rincón del mundo, enclavado en la sierra a 2756 metros de altura, ofrece.
Y así, con calma y entre cervezas, el día se nos fue y la noche llegó.
Día 2
Nos despertamos al alba, y con un poco de magia y un poco de buena suerte, el segundo sí pudimos pasar en coche a Catorce. Después de estacionarnos nos subimos a un Willy* para descubrir la Mina Santa Ana, la entrada a Wirikuta y la estación del tren.
*El Willy es un jeep de los años 50’s ‘Todo Terreno’, perfecto para explorar la zona.
Mina Santa Ana
Con más 200 años en funcionamiento, esta mina fue la que puso a Real de Catorce en el mapa al ser la responsable de que México fuera, a nivel mundial, el principal productor de plata a finales de 1800 y principios de 1900. Al caminar por aquí es fácil encontrarse con los fantasmas de los mineros, con su historia y con su magia.
La entrada a Wirikuta
A las faldas de la Sierra se localiza la Reserva Natural de Wirikuta, la tierra sagrada de los Wixarrica: huicholes encargados de recolectar el peyote, alimento sagrado que los ayuda en su viaje a la purificación, y realizar ceremonias con él.
Estación Catorce
Este pequeño pueblo se formó a raíz de la llegada del ferrocarril en 1888 y su encanto, es el paisaje que lo rodea y que te acompaña en todo el camino.
Por la tarde, decidimos montar un caballo y cabalgar al Cerro del Quemado ubicado a 1800 metros de altura. ¡Espectacular! El recorrido es de 1 hora 30 minutos aproximadamente y disfrutas cada segundo. Es un punto clave del peregrinaje de los Huicholes, en la cima podrán apreciar en el suelo, una serie de círculos concéntricos de piedra y ofrendas llenas de colores típicos del arte huichol. Es recomendable hacer este recorrido en la tarde para que puedan disfrutar del atardecer y de la cabalgata nocturna de regreso.
Día 3
Como buen pueblo fantasma, el cementerio de Real de Catorce es digno de una visita. La iglesia fue construida en 1770 por los franciscanos y aunque es una iglesia en apariencia católica, el interior revela otra cosa: sobrio y con pinturas decimonónicas en las paredes. Sincretismo, le llaman.
De ahí, nos volvimos a montar en un caballo (casi no nos gustó) y nos dirigimos a la zona conocida como Pueblo Fantasma: un conjunto de casas abandonadas que en su momento construyeron los mineros que habitaban la región hace varios años. Esta zona te deja ver la cara de un pueblo minero que vive en ruinas, lleno de historias que cada uno de sus habitantes, fantasmas y sobrevivientes, están ansiosos de compartir con los viajeros que llegan.
Real de Catorce fue un viaje lleno de fantasmas, mitos, aventuras y comida deliciosa. No es el peyote, es un viaje de historias y magia. ¿Se vale repetir?
¿Cómo llegué?
En carro desde la Ciudad de México hasta San Luis Potosí, de ahí tomé la desviación Matehuala en donde está el camino a Real de Catorce.