DÍA 4: TREKKING SALKANTAY
Objetivo: 10 kilómetros.
Tiempo estimado de caminata: 3 horas.
Tiempo real de caminata: 4 horas.
Tirolesas: 6.
Abrí los ojos y ya era de día. Pensé que se nos había hecho tarde, que el cansancio finalmente nos había jugado una mala broma. Pero no, a diferencia de todos los días anteriores, hoy amaneces con el sol y no antes. Los rayos se colaban por la tienda de campaña y el té de coca esperaba afuera. No hacía tanto frío ni estábamos tan alto (1.700 metros de altura). Algo había de normalidad…
Duró poco; nos dirigimos a un complejo de 6 tirolesas ubicadas a más de 150 metros de altura, una pared de escalada de 25 metros (suena fácil pero el cansancio de los días anteriores no coopera) y un puente colgante. Las tirolesas son largas y pasan por encima de los copas de los árboles (en una, hasta te ponen de cabeza). Este lugar se encuentra en San Teresa y la razón por la que vale la pena visitarlo es simple: ver lo que ven los pájaros.
Al terminar el recorrido te trasladas (en coche) hasta Hidroeléctrica: un lugar lleno de restaurantes y hoteles a orillas de la vía del tren. Aquí es una de las paradas en donde la gente más prudente (los que no se la avientan caminando) toma el tren para ir a Aguas Calientes (el pueblo a las faldas de la Maravilla del Mundo que nos trajo a esta esquina del mundo). Aquí comimos y descansamos un poco (con descansar me refiero a quedarme dormida en una mesa porque me ganaron la hamaca) antes de continuar (¿o iniciar?) la última caminata antes del destino: Machu Picchu. Hasta nostalgia me dio saber que ya casi acababa la aventura (la que casi me mata en el DÍA 2).
El camino lo marca la vía del tren y sí, lo ves ir y venir. También lo escuchas, el ruido que hacen los trenes puede ser ensordecedor para los que no viajan en el interior (cosas que una aprende cuando decide caminar). Comparada con los días anteriores, es una caminata bastante plana y sencilla. Cuatro horas en línea recta por un camino que me recuerda que ya estoy cerca: ya no hay picos nevados, bajadas pronunciadas ni la sensación de estar en medio de la nada. Ya sabía que hoy dormiría en un hotel y no en el piso, que podría ponerme la pijama y toda la ropa con la que viajaba en un intento desesperado por no morir de frío. Sabía que al llegar, solo faltaría una cosa por hacer: subir a las nubes.
En este trayecto hay muchas más personas haciendo la misma locura porque se suma la gente que solo caminará ese tramo y la gente que tomará el tren (y todos los que vienen de regreso porque ya a estás alturas, el camino es de ida y vuelta). Me volví a sentir turista pero feliz de saber que yo había tomado el camino largo para llegar. Hay lugares que parecen más bonitos solo por el trabajo que costó llegar a ellos. Para muchos de los que hoy caminaban conmigo, era solo el inicio. El “entre” entre ellos y Machu Picchu. Pero para mí, era el final de un viaje que cambió la visión que tenía de mí misma: ahora me sentía más fuerte.
Llegamos a Aguascalientes y la sensación fue la de llegar al lugar más poblado del mundo: en un lugar 100% turístico, con miles de hoteles, restaurantes, tiendas y farmacias. Aquí es donde todos los que sueñan con conocer aquella ciudad de piedra entre las nubes, duermen.
Y dormí.
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