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PERÚ: Trekking Salkantay, día 2


DÍA 2: TREKKING SALKANTAY

Objetivo: 22 kilómetros. Tiempo estimado de caminata: 10 horas. Tiempo real de caminata: 12 horas.

El día 2 de este trekking es sin duda, el día más pesado de todos. A las 6:00 am empiezas la caminata para alcanzar la cima del Salkantay. Cinco horas cuesta arriba. A diferencia de la tarde anterior, está vez la subida no fue lo peor. Las vistas son espectaculares todo el tiempo y hay una sensación de orgullo que te anima a dar el siguiente paso cuando ves el pico nevado tan cerquita. Nos tomó casi seis horas alcanzar Abra Salkantay (4,650 m s. n. m.). El clima cooperó bastante bien y tuvimos vistas del glaciar Humantay y del nevado Salkantay. Estábamos felices y orgullosas.

¿Han llorado de cansancio? Para legar a este punto, el del llanto, hay que pasar primero por el coraje y la frustración. Coraje por no estar lista, por haber olvidado a mi cuerpo tanto. Coraje por haberme dejado, por equivocarme, por tomar tantas malas decisiones (¿por qué chingados no me subí al caballo?). Vaya, sentí coraje por haber dejado la danza a los 15 años (sí, mi mente se fue al pasado y se enojó por tantas decisiones equivocadas). Después del coraje, llegó la frustración: por qué no puedo controlar mi tobillo, por qué siento que mi rodilla se puede romper, por qué vine aquí, por qué renuncié a un trabajo que me daba calma económica, por qué cuesta tanto ir hacía adelante…

Nunca imaginé que mis demonios se iban a aparecer con tanta fuerza. Normalmente, cuando subes a una montaña, lo más difícil es la subida. Pero aquí… lo peor es la bajada: nos tomó casi siete horas. ¿Mis demonios? Las piedras, la inclinación, el cansancio que hizo que perdiera la fuerza en los tobillos y en mi rodilla derecha (¡parecía que tenía vida propia!). Me pegué con tantas piedras que sentía que tenía moretones en los pies (de hecho, guarden un minuto de silencio por mi uña del dedo gordo del pie izquierdo).

En algún punto entre la bajada del Salkantay y el refugio, lloré. Lloré porque casi llegaba, pero ya no podía más. Lloré porque me di cuenta que estar aquí, en este punto, era una estupidez; no estaba lista físicamente y mi rodilla estaba pagando todos mis pecados. Sabía que estaba cerca pero no sabía con exactitud qué tanto. Yo era la última en la fila. Lloré porque me di cuenta lo mucho que odio lo que la inmovilidad provoca (un cuerpo débil) pero sobre todo, porque la que le abre la puerta soy yo. Nadie más. Lloré porque nunca había querido llegar a algún lugar con tantas fuerzas como ese día a ese refugio, a esa cama prometida…

Lloré porque no sabía de dónde sacar más fuerzas.

Pero el cuerpo es más fuerte de lo que la mente cree, mis pies nunca dejaron de dar pasos, mis rodillas no cedieron, mi tobillo no se rompió, mi espalda nunca se quebró. Llegué. Horas tarde y casi de noche, pero llegué. Caminé casi 12 horas seguidas antes de llegar al refugio de esta noche: el Chaullay a 2,900 metros de altitud.

La noche nos agarró sentadas en el piso (porque no podíamos subir las escaleras al cuarto en el que dormiríamos), con una cerveza y un plátano (la combinación es rara pero no teníamos fuerza de tomar mejores decisiones) y sin hablar. El silencio, los ojos llorosos, el cuerpo agotado pero ufffff, felices de saber que lo habíamos logrado.

No podía creer que habíamos llegado. No podría creer lo cansada que estaba. No podría creer que me faltaban tres días más: tres. Me fui a dormir con una mezcla rara de sentimientos: orgullo y miedo.

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