Llevaba lo que le pareció mucho tiempo escuchando noticias alarmantes respecto al Coronavirus y hacía muy poco la Organización Mundial de la Salud declaró como pandemia al Covid 19. Era una palabra fuerte, extraña como si no perteneciera al mundo, a la vida, al aire que respiraba y resonaba en todos los ambientes tanto físicos como digitales: pandemia.
Por supuesto las preguntas se agolparon dentro de su cabeza ¿cómo nos pasa esto ahora en pleno siglo XXI? ¿Por qué? Era una de las etapas del duelo respecto a su pérdida de seguridad: la negación.
¿Estoy hablando en tercera persona? Hmmm En realidad esto me ocurre a mí pero, me tocó vivir la cuarentena conmigo misma ¿me explico? Acaba uno desdoblándose, es natural me explicó mi hermana… Bueno espero me comprendan.
Las teorías de las conspiraciones –siempre tan sabrosas- empezaron a emerger tal como las teorías del Apocalipsis, de la Ira de Dios, del Final de los Tiempos…
A la pobre de mí se le destiñó la ropa interior y todas las blusas… Con las manos arrugadas frente a mis ojos intentaba convocar a la tranquilidad esa mañana que mi jefe dijo por teléfono que me tenía que quedar en casa y hacer home office.
La humanidad ha tenido muchas pandemias; la influenza misma con todas sus variantes es relativamente reciente… Pero esta era en su tiempo, en su vida, en mi casa… Un enemigo invisible y microscópico… Invisible.
Había pasado dos fines de semana encerrada, pero de lunes a viernes tuvo que ir a trabajar hasta esa llamada. En el Gobierno de México no se había dado antes la autorización para faltar a trabajar; hablaban sí de la población de más de sesenta años como la más vulnerable. Pero, a pesar de tener 61, mi jefe no le autorizó a quedarse en casa, dijo que no parecía ni de 60 o sea que dio un no “suave”.
Con las nuevas instrucciones, después de la llamada, volvió a colgar mi bolsa en el perchero, se quitó los zapatos y se enfrentó al primer día de la cuarentena, la suya, al lado de millones de personas en todo el mundo. Parecía mentira…
Procedió a utilizar el tiempo de transporte al trabajo para limpiar la casa, hacer algo de comida y, finalmente, se sentó en el escritorio frente a mi computadora a trabajar. Fue ahí cuando vio una sombra que rápidamente corrió a refugiarse detrás de la cómoda de su cuarto, era una araña gigante. “Tendré que pensar en vivir con la migala de Arreola” pensó, porque le era imposible pensar en enfrentarla.
Las manos le temblaron cuando cerró la puerta y se fue al cuarto de visitas pensando en el hueco de debajo de la puerta al que le echó una cobija para no verlo, misma que empujó aterrada con el palo de la escoba esperando en atrancarlo, pero seguro la peligrosa araña buscaría la salida, lo confirmó más tarde.
Era su primer día, ingenuamente pensó acostada en la cama de las visitas, que nada podría ser peor, se equivocó, me equivoqué…
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